
Lecturas esenciales: ‘Hombres fuera de serie’, de Brett Martin
Por aquí pasan las fobias, las manías, los escarceos con la más salvaje esquizofrenia creativa de David Chase, genio inestable que siempre aborreció el medio en el que, paradójicamente, desarrolló su gran obra, la monumental Los Soprano. También la pasión casi descerebrada de su perfecto opuesto, ese Shawn Ryan que quiso (y logró) convertir la cadena FX en una suerte de «HBO gratis»; un puro animal televisivo que vio en el medio que siempre amó el terreno perfecto para desplegar su hipervitaminada y brillante fábula antipolicíaca, The Shield. O el durísimo hermetismo personal y profesional de David Milch que en un periplo kamikaze por las más destacadas series de polis de las últimas décadas terminó en el callejón sin salida de las series canceladas (John From Cincinnati primero y Luck después) no sin antes haber rubricado otro de los mamotretos guionísticos bestiales de la HBO, la también truncada Deadwood. O la inmisericorde beligerancia ético-política de David Simon, quien antes de proclamar su incendiario fuck the average viewer intentó hacer del diario Baltimore Sun, sólo por unos años, un lugar de integridad periodística. Una cruzada ética que culminó con su llegada a la televisión para The Corner y con el mejor drama de los últimos años (con perdón de Los Soprano), esa obra de arte llamada The Wire. O Matthew Weiner, principal pupilo de Chase de quien heredó su brillantez a la pluma y su ego titánico, sublimados ambos en Mad Men.
Por aquí pasan las fobias, las manías, los escarceos con la más salvaje esquizofrenia creativa de David Chase o la inmisericorde beligerancia ético-política de David Simon
Martin se dedica a todo ello con métodos un tanto selectivos (e injustificados: apenas presta atención a los productos de network, algunos muy estimables) pero indudablemente pasionales. Hombres fuera de serie se lee como una novela absorvente, como un documento periodístico de alto calado, como una acumulación de anécdotas determinantes y como un brillante compendio de datos hiperdocumentados que van tejiendo un tapiz que, al final, puede contemplarse de un solo vistazo. Y, por supuesto, el autor rinde auténtico culto a la figura del creador, del guionista total que lucha contra viento y marea para lograr hacer pervivir su cosmovisión a través de una obra que deberá ser inmaculada, perfectamente acorde a sus ideas en todos y cada uno de sus detalles (especialmente en el caso del obsesivo Weiner) y que muy probablemente venga marcada por la vivencia del creador incluso hasta límites subconscientes: ahí está la truculenta historia de infancia de Alan Ball, responsable de A dos metros bajo tierra. Claro, todos los protagonistas de este libro (o casi: Vince Gilligan podría ser ese tío majete que todos queremos tener en la familia) son hombre difíciles, personalidades turbulentas, genios locos en el peor de los sentidos. Pero todos ellos han regalado a la televisión una nueva etapa brillante y a todos los aspirantes a guionistas un lugar al que querer aspirar, como mínimo una vez en nuestras vidas. Será difícil lograrlo, pero por lo menos textos como el de Martin nos permitirán soñarlo durante un rato. Pues eso, lectura esencial.